1º Bach: U. 1: Taller de interioridad: ACOMPAÑA EL CAMINO: pág. 24,s.

 VISUALIZA

Para interiorizar aquello que vivimos hay que situarse en el lugar del otro y sentir la experiencia que nos está contando. Por eso, en este momento vamos a recorrer, con el menor de los descendientes de la parábola del hijo pródigo, el camino de sentido que hace en su vida.

 Un camino que lo haremos utilizando nuestra propia mente, nuestro cuerpo y la capacidad de narración que posibilita que construyamos un relato a partir de la experiencia.  

1.  Haz una pausa.

2. Imagina que estás al final de un viaje, te sientes cansado y quieres volver a casa. Sabes el camino de vuelta pero estás nervioso porque te tienes que encontrar con alguien a quien has de pedir perdón. Sabes que te has equivocado con él, pero sientes a la vez que tienes que cerrar esa etapa y volver a encontrarte con esa persona que es especial para ti. Respira hondo y piensa en las ventajas y los inconvenientes de tu decisión. Haz una pausa

.3. Decides dar el paso que necesitas. Tomas impulso y comienzas el camino de vuelta a casa. Tienes claras las ideas que te han llevado a tomar esa decisión. Estás decidido a hacerlo. Céntrate en esas ideas y piensa en cómo vas a decírselo cuando te lo encuentres de frente. Piénsalo despacio. Ordena tu mente. No amontones demasiados pensamientos. Sé consciente de que menos es más. Haz una pausa.

4. Imagina por fin el momento del encuentro. ¿Qué has sentido cuando has recibido el abrazo de esa persona? ¿Qué has logrado expresar? Intenta vivir ese instante recordando la escena de la que hemos partido. Piensa en las pinturas que has visto en «El arte de la Palabra» y visualiza el abrazo entre el padre y el hijo. Haz una pausa. 

LEE

«Me di cuenta de que algo pasaba cuando me recibió mi padre con la sonrisa de oreja a oreja y me invitó a pasar diciéndome que tenía una sorpresa para mí. Mi estómago volvió a hacer de las suyas cuando vi a mi hermano sentado en el sillón, en la casa de mi padre. 

Él se levantó para saludarme, pero yo, con gesto serio y parándolo con mi mano, le quité las intenciones.

—No seas así, Ramón, que tu hermano no te ha hecho nada. No has dejado ni siquiera que te hable –me dijo mi padre–

.—¿Que no ha hecho nada te atreves a decir? Ha tenido la desfachatez de abando-narnos y ahora lo recibes y lo tratas como si fuera un rey. No, si al final va a tener el niño la razón y habrá que condecorarlo –expliqué mezclando mi nerviosismo y mi indignación por el panorama que estaba viendo en el salón de la casa de mi padre–. 

—Mira Ramón, Javier es tu hermano y es mi hijo y te digo que si tuviera el poder suficiente le pondría no una condecoración sino todas las que hicieran falta –me contestó mi padre firme en lo que decía–. 

—¿Qué vale entonces la bondad, papá? ¿Qué vale que uno viva toda la vida inten-tando hacer las cosas lo mejor posible, si al final todos vamos a recibir la misma esta? ¡Me lo podrías haber dicho antes, para que hubiera actuado como él! Me hubiera pegado la gran vida y ahora seríamos los dos quienes estaríamos sentados en ese sillón –le contesté–.

—Mira, hijo, la bondad, como todas las cosas relacionadas con el amor, son gra-tuitas. Quien es generoso no pide nada a cambio y tampoco pide cuentas del bien que hace. Tú has actuado siempre bien.

 Es tu hermano el que necesitaba mi ayuda y no tú. Gracias a Dios tú has sabido manejar tu vida lo mejor que has sabido y te ha salido bien. Pero Javier no es igual que tú. Él ha tenido que hacer un viaje de ida y vuelta y entonces se ha dado cuenta de lo que tú tenías claro desde un principio –me explicó mi padre más sereno–.

Después de sus palabras se hizo un silencio. No lograba ordenar en mi mente todos los pensamientos que mi padre había puesto en juego en su discurso. Aunque atisbaba verdad en sus palabras, no lograba dar a torcer mi voluntad e intenté hacerme el duro, seguir manteniendo mi postura de desaprobación de la conducta tanto de mi hermano como de mi padre. Ellos me miraban en silencio. 

Me sentí juzgado por la bondad que veía en sus rostros y las lágrimas no tardaron de aflorar en mis ojos…

—No es justo… –dije antes de que se me rompiera la voz–. Y en ese momento sucumbí ante los brazos abiertos de mi hermano».

Fernando Donaire, Los brazos abiertos, Monte Carmelo

1b ¿Coinciden en algún punto ambas reflexiones?

2 b ¿Qué es lo que más te ha costado imaginar en esta situación? 

Comentarios

David Mourelle dixo…
Adrian Camba, David Mourelle y Juan Vila
1) si que coinciden estas reflexiones porque hay un abrazo en forma de arrepentimiento
2) Lo que más nos a costado imaginar es la situación del hermano tras lo que le había sucedido antes.
mife71 dixo…
más nos Ha costado
Anónimo dixo…
Jessica Valentina Sousa y Andrea Serrano:

4.Al recibir el abrazo, siento paz, tranquilidad y el perdón más sincero por parte de esa persona. He conseguido expresar alegría, amor y gratitud hacia la otra persona por ayudarme a reconocer mis errores.

1b.Las dos tienen en común el perdón y el reconocimiento de nuestros pecados. Por ejemplo en el caso del hijo que hace las cosas bien, no debería sentir envidia de su otro hermano ya que por fin aprendió a seguir el camino del bien.

2b. Creo que lo más complicado es perdonar a quien te ha fallado y que se le reconozca a otra persona algo puntual mientras que tu llevas realizándolo mucho tiempo.
David Mourelle dixo…
Adrian Camba, David Mourelle y Juan Vila
1) si que coinciden estas reflexiones porque hay un abrazo en forma de arrepentimiento
2) Lo que más nos ha costado imaginar es la situación del hermano tras lo que le había sucedido antes
Ezequiel dixo…
1)El abrazo fue la forma de arrepentimiento
Reflexivo en donde se refleja el perdón más sincero por parte de esa persona

2)perdonar es lo mas complicado que se puede hacer a alguien que te ha fallado pero la reflexión es simple. Darles una segunda oportunidad a las personas es como darles una bala por que fallaron la primera

EZEQUIEL HERRERA TORRES 1Bac 'B'

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